Sexta-feira, 26 de Fevereiro de 2010

Discursos Sobre a Cidade - 87 - por Fe Alvarez

- Pobre hombre, se le ve tan abatido, qué pena! Se siente, no le tienen cariño.

- Ese es de los que recogieron aquello que sembraron, no merece nada más. 

- Fue tan mala persona? 

- Oye:

 

.

.

 

En aquellos tiempos, en que la mano ferrea de la dictadura, marcaba el compás de la vida, una vida llena de trabajo y privaciones, el futuro para un matrimonio de trabajadores era duro, muy duro y si los hijos llegaban con regularidad, como era el caso, peor, siempre era una boca más para alimentar, que vestir, lo que se dice vestir, se aprobechaba todo al máximo, se heredaba de hermano a hermano y si venía algo de fuera también era bien recibido, se volvía, se remendaba y se zurcía, es decir de viejo se hacía nuevo, todo  aquello que consiguiese ahorrar unas míseras perrillas, se ponía en práctica, hasta la extenuación, todo valía, menos perder la dignidad.

 

El padre de familia, cansado de andar faenando de feria en feria, pasando mil penalidades y no vislumbrando un mañana prometedor, decidió emigrar y así después de ver las posibilidades decidió probar suerte en las colonias, se hablaba el mismo idioma y no se sentiría tan extraño, además conocía mucha gente que se emigrara antes y tuvieran suerte, un buen día partió y ella se quedó con los hijos y los mercadillos, con las mismas penalidades y con problemas acrecentados, naturalmente, pues no tenía medio de transporte, por este motivo había que pagar a quien la llevase, los problemas se multiplicaron, claro que no venian más retoños, pero los que ya había crecian y los gastos aumentaban, no obstante los ingresos esos no había modo de aumentarlos. Era desesperante, el día tenía 24 horas incluyendo las de descanso, claro, y ella no podía trabajar más, llegaba a la cama, exausta, sintiendose insatisfecha, destrozada, dolorida y muchas veces humillada.

 

Y el marido? Ah! el marido llegado a las tierras de las que se decía que manaban leche y miel, enseguida empezó a trabajar y como sucede muchas veces, hizo llegar, en los primeros tiempos (dos o tres meses), algún dinero a la familia hambrienta, "poco dura la alegría del pobre", él se entretiene con nuevas conquistas y con las alegrias de la novedad, el brillo del oropel, algún que otro vapor envolvente y la mala cabeza,  olvida a sus hijos y a la sacrificada esposa que quedó en Chaves, el poco goteo que llegara se secó, completamente, ni dinero ni noticias, algunas veces muy de vez en cuando se sabía alguna novedad, de la vida que llevaba, estas novedades eran traidas por personas que también hicieran suyas aquellas tierras africanas; muchas cosas a contar y muchos silencios, por caridad, no querian lastimar más a aquella mujer que se dejaba literalmente la piel, cada día para poder sacar adelante a su prole, sin un apoyo, por momentos era ella contra el mundo, un mundo cruel y frio, que parecía querer destrozarla.

 

Ellos, los niños fueron creciendo y se sentian dolidos y humillados, sus sentimientos se perdian entre el amor  y el desprecio a un padre que los  abandonara, impugnemente, a su suerte y crecieran con muchas carencias, afectivas y económicas. Evitaban hablar de su progenitor y se esforzaban para conseguir algo mejor de lo que su madre tenía y compartía. Algunos hicieron el curso de comercio, se emplearon, otros se casaron, emigraron  y los costes familiares fueron quedando más leves. Ella estaba derrumbada, pero solo en parte, ver a los hijos mejorar le alegraba el alma y era un bálsamo para su cuerpo dolorido. Después de tener a todos los hijos independizados, la vida pareció remansarse, claro que quien trabaja tanto, no puede dejarlo de un momento para otro, solo bajó el ritmo. Lo necesitaba.

 

El mundo siguió girando, con sus penas y alegrias, con sus miserias y sus grandezas, con sus encuentros y desencuentros. Entonces el padre que partiera, abandonando todo, le despertó la vejez, no la esperaba, pero siempre llega, con ella, la decrepitud, las limitaciones, la enfermedad,  que la vida disoluta y hueca adelantó y esta era su herencia, entonces, le vino a la memoria:  por aquellas tierras de Tras os Montes, más concretamente en Chaves, si no se recordaba mal, tenía una familia, una familia que le pertenecía, era suya, mejor dicho eran suyos, todos y cada uno de sus miembros, y con más cara que espalda se presenta exigiendo sus derechos, que como vemos no se los había ganado, se creía que eran suyos por derecho Divino, por eso no interesaba el haber olvidado miserablemente, sus deberes, claro que no encontró a la misma mujer que dejara, siempre fuera una luchadora y como dicen que aquello que no nos mata nos hace más fuertes, esta gladiadora era fuerte, se hiciera de piedra, aún así ,ella le reprochó su vida y lamentó sus trabajos, él encontró unas disculpas vergonzosas, pueriles, pobres, que ni él mismo se creía, entre tira y afloja, llegaron a un consenso. Podría quedarse en la casa matriminial, pero... tendría que pagarse esa habitación, la manutención y la limpieza, es decir un extraño en su familia, su familia...? perdiera el derecho de considerarla así. Para mal de sus pecados, ni tenía amigos que mitigasen sus días de soledad amarga y así solo, triste y aburrido de la vida veía pasar lentamente los días desde la ventana. Las noches, eran bastante peores, con sus fantasmas agigantados, sus miedos, sus recuerdos y todo esto condimentado con malestar y dolores; eran eternas... desagradables... y frias, muy frias.

 

 


publicado por Fer.Ribeiro às 00:00
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Sexta-feira, 19 de Fevereiro de 2010

Discursos Sobre a Cidade - 86

 

 

 

"Ali vai, num desses comboios a vapor, pouca-terra, pouca-terra, a paisagem a correr lá fora e, ele, a querer agarrá-la bem, espreitando à janela aberta, e as faúlhas a entrarem-lhe para os olhos e a fazerem-no chorar. Vira-se então, para trás, e deixa os cabelos soltarem-se ao vento, como se fosse de bicicleta, e mistura, assim, espaço e tempo, entrando, de novo, nas viagens fantásticas que sempre gostou de fazer.

 

De uma das vezes, foi com um grupo de companheiros do liceu ao enterro de um colega, morto na flor da idade. Viajaram numa carruagem de terceira classe, com bancos amarelos de madeira, a linha férrea estreitinha curvando em capricho pelos sopés dos montes, até chegarem ao destino, na sua terra natal, Chaves. Era Inverno e, no pequeno cemitério, o frio, cortante como navalhas, obrigava-os a encostarem-se uns aos ouros, a juntar-se ao medo dessa realidade chamada morte.

 

Assim, com os comboios e a morte a rimarem na sua memória desde muito cedo, foi com curiosidade que se preparou para ver a fita do francês Patrice Chéreau, Quem me Amar Irá de Comboio. Claro que os comboios são outros, e aqueles em que andava na sua juventude, há muitos anos, desapareceram da paisagem transmontana. Para ser mais preciso: já não se ouve o apitar dos comboios nas linhas férreas desse reino maravilhoso, como lhe chamava o poeta; os carris estão enferrujados e as ervas invadem-nos, como numa fita de Bertolucci."

 

Excerto de Comboios, texto publicado em Outras Fitas (1999), de Eduardo Guerra Carneiro (1942-2004).

 

 

 

 


publicado por Fer.Ribeiro às 01:24
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Sexta-feira, 12 de Fevereiro de 2010

Discursos Sobre a Cidade - 85 - José Carlos Barros

Uma fotografia antiga do Rio Tâmega

e do Bairro da Madalena

 

um poema de José Carlos Barros

 

http://casa-de-cacela.blogspot.com

 

.

 

.

 

 

i.

O barco está errado: o fotógrafo

(anónimo?) o terá pressentido no exacto momento

do disparo. A vela, esse belíssimo triângulo

isósceles, deveria inscrever-se no estrito

espaço escuro entre as duas casas

e separar-se dos elementos verticais do fundo

de que acaba por parecer

fazer parte: ligeiramente mais à direita.

E o seu reflexo na água, assim,

cortaria a mancha de sombra

como uma afectuosa cicatriz ténue.

 

ii.

Há um momento de angústia: esse em que o fotógrafo

acredita ter-se encontrado ele mesmo

com o momento único e irrepetível.

O autor deste retrato o pressentiu

por um instante: mas disparou tarde: quando

já o barco avançara. Bem certo é

que chegamos quase sempre tarde

às coisas perfeitas que nos esperam.

 

iii.

O jovem está errado: há uma identidade

que se perde, uma individualidade

que se esbate: a sombra vertical

de uma das árvores, reflectida no rio, não deveria

tocar a sua cabeça e misturar-se nela.

 

iv.

O barco e o observador são apenas um

e mesmo elemento da composição: o barco

não existe sem o jovem que o surpreende

num lento movimento à superfície

das águas; e o olhar do jovem não existe

sem a imagem de espelho devolvida

aos seus olhos pela vela muito branca, leve,

esguia, quase imaterial.

 

v.

O círculo e o quadrado de luz, à direita,

sob o último arco da ponte, estão

errados: rasuram o fulgor da estreita linha

iluminada do tronco da árvore em primeiro plano:

como se a não deixassem erguer-se inteira

para o céu do fim de tarde;

como se lhe impedissem a delimitação

da pressentida fronteira; como se o fogo irrompesse

por dentro da fotografia

onde mais não deveria existir

que um lume vagaroso.

 

vi.

Tudo o mais está certo: a ponte

que parece continuar para onde já não está

à força de aterros sucessivos

e alicerces; o volume dos edifícios num dinâmico

equilíbrio de vãos e coberturas, empenas

cegas, trapézios; e o rio,

claro, que vem de Espanha

e resiste aos erros de um retrato em que,

como quase sempre, não foi possível unir o tempo

e os fios todos

das múltiplas variáveis em jogo.

 

 

 

 

 


publicado por Fer.Ribeiro às 02:23
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Sexta-feira, 5 de Fevereiro de 2010

Discursos Sobre a Cidade - 84 - Por Gil Santos

 

 

 

.

Cantigas ao Desafio

 

As noites de Inverno em Trás-os-Montes são muito mais longas do que em qualquer outro sítio. Logo que o sol se esconde, começa a gear e ainda a hora da ceia vem longe já o carambelo enche de diamantes os galhos das árvores e os beirais dos telhados. Uma melancolia gelada acompanha a cria que recolhe às cortes e o homem que se escapa, logo que pode, para o conforto do tição. No Inverno come-se do que o Outono pôs no celeiro e espera-se, na calma das horas longas, que amanheça mais favorável do que anoiteceu. O tempo transmontano corre pachorrento, mesmo hoje, apesar de a electricidade encher de luz os mais recônditos lugares, tornando as noites aparentemente mais curtas.

 

Há anos, não muitos, quando as noites gélidas eram alumiadas pelas candeias de petróleo, os homens consumiam as horas do serão tagarelando à volta de um canhoto de carvalho que ardia tranquilamente na lareira dos casebres. Aproveitavam para botar contas à vida, para lamentar a má sorte ou para contar histórias de mouras encantadas ou de lobisomens, muito gastas e com finais quase sempre felizes. Outras vezes juntavam-se na casa do forno, se o nevão o permitisse, consumindo lugares comuns e o mais das vezes ausência de novidades. Uma vida triste!...

 

Na casa da Ti Emília Paparrotas tudo se passava nesta calma de sempre. O Ti Adriano era o homem lá de casa ia para vinte anos. Dedicava a sua vida principalmente à agricultura. Porém, tinha jeito para a carpintaria e sempre que podia não renegava a uns magros cobres nesta arte. Tiveram filhos já muito tarde. A Ti Emília até pensava que nunca os teria não fora ter convencido o marido a acompanhá-la à Misarela na foz do Regavão. Passaram lá uma noite fria, mas valeu a pena. Engravidou de gémeos aos quarenta anos. O parto não foi muito normal e se não fosse a Tia Cândida ajudar a dilatar as carnes, já ressequidas, da parideira, os gémeos não teriam vencido. Mas venceram e deram dois rapagões de respeito: O Jorge e o Marcelino. O Jorge aos doze anos já se gabava de fazer a barba, embora reconhecesse que raramente precisava de afiar a navalha! O Marcelino começava já a pintar!

 

Não sendo uma família rica e nem tão pouco remediada, também não se podia dizer que fosse pobre. Vivia do que a terra dava e, não sendo muito, sempre se ajeitava a vidinha com a actividade da carpintaria que ajudava a controlar os calotes na mercearia do Antero.

 

Os rapazes eram dados às artes musicais. De latas faziam bombos, da casca das varas de castanheiro flautas, do colmo tenro do centeio gaitas, das bancas de tripé concertinas e passavam as noites a fingir grandes concertos. Umas vezes cantavam ao desfio com improvisos muito bem conseguidos, para gáudio da família, outras imitavam os cantores da moda dos anos sessenta, que ouviam na telefonia da taberna.

 

Era uma alegria na casa da Ti Adosinda!

 

Uma noite de inspiração, os rapazes combinaram, de aposta, uma desgarrada. Perderia o que primeiro deixasse de rimar. Assim estava combinado e assim se fez.

 

Quadra dum lado, resposta do outro e a coisa foi andando. Por vezes a rima era tão pândega que o Ti Adriano soltava gargalhadas estridentes entre dois golos de maduro tinto que aquecia ao borralho na pitxorra de barro de Nantes. Às tantas, o Marcelino, em resposta a um atrevimento do gémeo, botou a seguinte rima:

 

Boa noite meus senhores

No fundo d’um alguidar meu

O meu pai é serrador

Serrou os cornos ao teu!

 

Mal havia acabado e já a Ti Paparrotas tinha puxado a culatra atrás e espetado um tal bofetão nos focinhos do cantador que o fez afocinhar na cinza da lareira!

 

O rapaz ficou tão atromelizado com o sucedido que precisou de muitos anos para perceber o que justificara aquela tão inusitada atitude de sua mãe!

 

Uma coisa é certa, nunca mais, a partir daí, houve naquela casa cantigas ao desafio. Pudera, é que a Ti Emília tinha um brio incomensurável na sua fidelidade conjugal!...

 

O Ti Adriano não cabia em si de contentamento por ter sido simultaneamente considerado o serrador e a vítima!

 

Também ele precisou de tempo para perceber a atitude da mulher!...

 

 

Gil Santos

In “Ecos do Planalto – estórias” - adaptado

 

 

 


publicado por Fer.Ribeiro às 00:12
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Quinta-feira, 4 de Fevereiro de 2010

Discursos Sobre a Cidade - 83 - por Blog da Rua Nove

Texto de Blog da Rua Nove 

 

(VIII)

 

Ainda não acabara o bife quando as pessoas começaram a sair da missa. A curiosidade fê-lo levantar-se. Lentamente, demonstrando afectação e um interesse que queria interpretado como profissional, aproximou-se da janela. Ligeiramente recuado, foi observando as saídas.

 

Mulheres idosas trajando de luto, com os véus sobre o rosto e o terço na mão, casais de braço dado, conversando amigavelmente, crianças seguindo pela mão das mães, uma mulher de criança ao colo...

 

Seguiu-a com o olhar. Cabelos pretos longos, rosto e braços como alabastro. Um rosto alongado e de feições quase perfeitas. O barman notou aquele olhar. Conhecendo a fama do inspector, aproximou-se, dizendo em voz baixa: "Chegou há pouco tempo à cidade. Parece que veio de A-Ver-o-Mar. Vive sozinha com o filho, na Lapa, junto ao forte."

 

O inspector puxou de um cigarro e deixou que o fumo criasse um véu azulado entre ele o vulto que se afastava. Seguia aquelas pernas esguias e lembrava-se de um filme alemão que vira há muitos anos. Imaginou-as longas e tentadoras, como as de Marlene.

 

Com uma diferença fundamental. Estas estavam ali, ao seu alcance.

 

(continua)

 


publicado por Fer.Ribeiro às 02:29
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